“Si mil vidas tuviera, gustoso las daría por mi patria”
Aquella tarde de verano, contemplaba cómo aquel astro brillante y rebosante se veía reflejado en la masa de agua salada de un azul claro, de la misma tonalidad que el cielo, produciendo movimientos, en los que a través de cada detonante causado por la brisa del aire, ejercía un rebote, generando así, una especie de música para mis oídos y llenándome de una sensación inigualable de paz y tranquilidad, en la cual mi cerebro se desconectaba de la realidad y recargaba energía y fuerzas para seguir con mi día a día.
Es
ahí, donde empezaba a comprender la pasión de aquel hombre por seguir los pasos
de su progenitor, un pescador humilde, al igual que él, quien con mucho fervor
le había enseñado los gajes del oficio a su hijo.
Criado
en una modesta familia indígena, que vivía de la pesca en la villa de San Pedro
de Chorrillos, el “Patrono de los pescadores”, de facciones marcadas y piel
curtida a causa de la estrella, que resplandecía cada mañana e iluminaba el
sudor de su rostro, se encontraba abismado en su apreciada balsa ejerciendo su
quehacer de pescador para su sustento diario.
Vestido
con un conjunto de dos piezas del color de la pureza, perfección y
seguridad que lo caracterizaba, al igual
que el pañuelo que llevaba en la cabeza, para cubrirse de los destellos de luz
que atravesaban la piel de este, y una cinta que rodeaba su corpulenta figura,
de un color tan vivo, como la sangre caída de aquellos valerosos que
desfallecieron en las diversas batallas por nuestra independencia y libertad,
la cual hacía referencia a su amor por la bandera nacional, que llegado el
momento, la supo honrar, defender e incluso dar el don más importante que Dios
nos dio al momento de ser creados, solo con tal de servir fielmente a su
patria.
Dicho
tiempo no se hizo mucho esperar, puesto que en 1823, posterior a la retirada de
San Martín en el Perú y después de la triste derrota del Ejército Libertador en
las batallas de Tarata y Moquegua, el ejército español retornó para tomar la
capital del Virreinato del Perú. Es aquí, donde a pesar de que muchos
decidieron ser firmes y continuar al mando de estos, pocos, como este pobre
pescador, se alzaron a favor de los intereses de la patria. Aquel acto de
valentía, lo marcó como el nacimiento de un nuevo héroe.
Esa
tarea asignada no fue muy difícil para él, pues, ¿Quién sospecharía que un
pescador modesto y sencillo se convertiría en un emisario secreto?
Sentada
en la arena y con la mirada ensimismada en el ser que se encontraba pescando en
el bote, mi mente no dejo de dar
vueltas, pensando, una y otra vez, en aquel hecho que había sido muy
inteligente de su parte, puesto que, si yo estuviera en el lugar de los
españoles, tampoco me hubiera imaginado al hombre que se encontraba en el
reflejo de mis ojos, trasladando información, nadando, a los mandos del Perú,
que estaban refugiados en el puerto del Callao.
Esta
gran hazaña para lograr la independencia, suponía un gran riesgo para el
prócer, ya que su oficio comenzó a levantar ciertas sospechas en los hispanos.
Fue
el 27 de junio del mismo año, mientras este osado libertador se encontraba
realizando su misión en cubierta, con una carta destinada a Narciso de Colina,
cuando el peligro se asomó, sin imaginarse que aquel oleaje anómalo terminaría hundiéndolo por completo,
logrando fichar su destino, en el que debido a una vil traición, fue
capturado y sometido a diversas torturas, los cuales dejaron una profunda
huella en la historia de este mártir nacional, debido a que, con el fin de que
este confesara lo hecho y delatara a sus compatriotas, le ejercieron una serie
de castigos, sin embargo, los del bando rival, al no tener respuesta alguna,
decidieron condenarlo a la muerte.
No
se fue antes de dar sus últimos alientos de vida, en las que, sin titubear y
con la frente en alto, mencionó las
sabias palabras emotivas y emblemáticas que lo representan en la historia del
país:
“Si mil vidas tuviera,
gustoso las daría por mi patria”
Después
de mirar al pescador que había acaparado el centro de mi atención, evidenciado
en él, a este personaje heroico, me di cuenta del orgullo y la devoción que
deben de sentir los pescadores chorrillanos, el verse representados en ellos,
la imagen viva de José Olaya Balandra.
En
definitiva, la frase de este héroe queda marcada en mi vida y en la de cada una
de las personas que residimos en el distrito de Chorrillos.
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